El tonto de tu marido
Érase una vez, un grupo de mujeres que se creían
princesas y por ello creían en los cuentos de hadas. Del comieron perdices y
fueron felices. Pero con el tiempo se dieron cuenta, de que la historia que
habían leído en los libros cuando eran pequeñas no era real. El príncipe se
convertía en sapo y jamás un sapo se convertía en príncipe por más besos que le
dieras.
Estas historias se componen de retazos de
situaciones cotidianas entre aquel príncipe soñado cuando se convirtió en
carne y hueso.
Bienvenid@s al otro lado de la historia.
La incapacidad de reconocer lo evidente
Respiró hondo antes de formular la pregunta. Ya se
sabía la respuesta y por ello a veces se preguntaba por qué seguir
formulándola. Ella sabía el porqué. En lo más hondo de su corazón seguía
teniendo fe. Seguía confiando en que él volviera a convertirse en el príncipe
del que se enamoró. Que ilusa era y lo sabía pero ya era una costumbre seguir
preguntando.
- ¿Has sacado la basura?- Le pregunto mientras él pasaba a su lado para
enfilar y
tumbarse en el sofá. El lugar que más le gustaba del
mundo.
- Si-
respondió él sin titubear.
Ella tenía dos opciones. Una, ir al patio y
verificar si el cubo estaba vacío o creerse su mentira. La segunda opción ya no
era factible. Ya era evidente que a él no le importaba mentirla. Ya no le
importaba lo que ella pensara sobre si le mentía o no. Ya no se esforzaba en
hacer las cosas por ella o para el bienestar de los dos. Pasaba.
Salió al patio. Levanto la tapa del cubo de la
basura y ahí estaba la mierda a rebosar, esperando que lo sacaran. Al día
siguiente pronosticaban mucho calor. El olor a basura seria insoportable . No
se podría estar en el patio. No sabía qué hacer. Sacar ella la basura o hablar
con él.
Estaba cansada de luchar, de discutir, de encontrar
en él a un enemigo, en vez de a un compañero. No tenía otra opción. Paso
número uno para poder arreglar las cosas. Hablar.
Entró en la casa y se fue derecho a él. Tumbado en
el sofá con el mando a distancia viendo programas de deportes.
- Cielo, ¿Qué basura
has sacado?
Él se la quedó mirando con rabia en los ojos. Ella
sintió el odio que manaba de sus ojos en ese mismo instante. No se iba a
achantar por ello. Se quedó ahí en espera de la respuesta. El no respondió.
Giro la cabeza hacia la pantalla de televisión. Ella notó como le subía la
rabia por las entrañas. Respiró hondo para no gritarle. Para no recriminarle su
falta de respeto. El ignorarla.
- Me
has dicho que habías sacado la basura. Dime que basura has sacado.
- No la he sacado – contestó de mala gana.
- ¿Entonces
porque me mientes?
Un silencio a modo de respuesta. Eso la alteró. Su
paciencia tenia limite.
- ¿Qué
pasa, que no tienes los huevos para decirme la verdad? Si me lo hubieses dicho,
entre los dos habríamos sacado la basura. No hueles el hedor?
El cubo lleva más de una semana sin ser vaciado. ¿En
serio que te tengo que decir lo que debes hacer, cuando hacerlo y encima me
mientes? ¿Por qué lo haces?
Eran demasiadas preguntas para la mente de él. Y su
respuesta fue:
-
Porque
te pones pesada- La respuesta fue aplastante. Ella le
miró y decidió no malgastar la energía
con alguien que no tenía dos dedos de frente cabreándose. Pero tampoco le iba a
dejar ganar la batalla. Para ganar la guerra que se había creado entre los dos,
era necesario ir ganando pequeñas batallas. Ya no pensaba regalarle ninguna
victoria para que todo pareciera que iba bien entre ellos.
-Mientes cuando realmente no tienes
necesidad. Cuando sea necesario mentir no se que pasara.
Hubo una época en la que ella hubiese insistido en
hablar. En arreglar las cosas en… Ya no. Él le había desafiado al duelo tirado
el pañuelo al suelo y ella lo había aceptado de buen gusto. Estaba cansada. La
guerra había empezado.
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