Yoyó
YOYÓ por Poliana Ponte.
En casa del maestro, donde la voz salpica palabras dúctiles, me mira
favorecido un oscuro lado del espejo. Resulta agradable verme anaranjada con cara
de intención en su punto.
Más al sur, plagado de salpicaduras que compiten entre sí, el espejo
de David, desde su otro lado me da una tímida bienvenida, mientras tarda un
tiempo en enfocar y dejarme pasar. La luz que acompaña enseña más de lo que
elegiría a primera vista, pero acepto con agrado mi yo diario bregado, el
tierno de algunos claros y, tras los besos, su pátina rosada.
Mi espejo, en cambio, se toma una
ristra de libertades, contemplándome inalterable desde todos los ángulos. El de
mi lado señala vigoroso con el dedo la casilla de necesita mejorar, pero el
otro, ubicado sin embargo mucho más cerca, solea las sombras parlanchinas,
canta mi partitura, hermosa como ella sola, y se obstina en disolver las partes
empañadas a las que llevo demasiado tiempo asomándome.
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