Histeria Line. El sentido de las miradas
Histeria Lane. El
sentido de las miradas
Sonia seguía con la sensación de que algo iba mal en
su matrimonio. Por como la miraban en la urbanización, intuyó que más de una
persona conocía la verdad. Y se sentía triste porque nadie se acercaba a
contarle nada. ¡Menudos hipócritas!
Todos los que decían ser amigos, que habían cenado en
su casa, que habían compartido intimidades y…
Mifu, a la que había criticado en las reuniones de
“amigas”, fue la única que le brindó una oportunidad. No contarle los chismes,
pero sí hacer que la viera con sus propios ojos.
Recordaba la conversación. Aquella mañana habían
dejado a los niños en el colegio y vio a Mifu de lejos. Fue corriendo hacia
ella. Notaba que la estaba evitando hacía meses.
–Guapa, no sigas evitándome, que ya me he dado cuenta.
–No te estoy evitando.
–Lo estás haciendo. Te conozco desde hace once años; no
somos muy amigas, pero sí vecinas que se llevan bien. Puerta con puerta, tu
parcela da a la mía. A veces se oyen nuestros gritos y los tuyos.
–Sí. ¿Y?
–Voy a ir al grano. Creo que en mi casa ocurren cosas
cuando no estoy. Hace meses que la gente me mira y cuchichea a mis espaldas. Al
principio pensé que sería algo que hice, que dije de alguien, pero si fuera eso
me habría enterado. Todo el mundo está callado, de modo que debe ser terrible lo
que no se atreven a decirme; y por regla general, o es que tus hijos son
drogadictos o tu marido te engaña. Mis hijos son pequeños y por mi marido no
pondría la mano en el fuego. Te pido ayuda como vecina/amiga. No quiero ser el
hazmerreír de la urba.
–No sé qué te imaginas. No deberías hacer caso a las
habladurías.
–Quiero averiguar por qué la gente susurra a mis
espaldas.
–¿Estás segura? Yo que tú pasaría y con el tiempo todo
volverá a la normalidad. La gente habla cuando no tiene nada que hacer.
–Cierto, pero es una sensación horrible que necesito
quitarme de encima.
–Estaré ojo avizor.
–Gracias por ayudarme.
Mifu se despidió de ella y se fue a su casa pensando
en lo que sabía. Deseaba que él hubiese cambiado, pero los últimos meses,
apenas escondía a sus novietas. Desde su casa había oído muchas veces los
jadeos cuando Sonia estaba en el trabajo. Lo sintió por ella.
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